Durante la adolescencia, los cambios físicos, emocionales y sociales pueden generar altibajos naturales en el ánimo. Sin embargo, cuando estos estados se prolongan o afectan distintos aspectos de la vida diaria, podrían ser señales de un trastorno depresivo que requiere atención profesional. Identificar a tiempo los primeros síntomas es esencial para brindar apoyo y acompañamiento oportuno, señalan especialistas de Cleveland Clinic, quienes destacan la importancia del diálogo abierto entre padres, tutores y jóvenes.
Las especialistas Susan Albers, psicóloga, y Veronica Issac, pediatra, explican que existen señales claras que pueden ayudar a distinguir entre un momento de tristeza pasajera y un cuadro depresivo más serio. La primera es la persistencia de cambios emocionales sin causa aparente. Episodios de irritabilidad, tristeza intensa o apatía que duran semanas o interfieren con la rutina diaria son motivo de preocupación.
Otra señal importante son las alteraciones en la conducta, como lentitud en el pensamiento o el movimiento, dificultad para concentrarse, pérdida de autocontrol o comportamientos agresivos. Estas manifestaciones, advierte Cleveland Clinic, deben evaluarse cuanto antes para evitar que el problema se agrave.
Los cambios en el sueño y el apetito también son un indicador frecuente: dormir demasiado o padecer insomnio, así como la pérdida o aumento repentino de peso, pueden estar relacionados con la depresión. De igual forma, algunos adolescentes expresan su malestar a través de quejas físicas —dolores de cabeza, malestares estomacales o articulares— que no tienen una causa médica clara.
Cuando el bajo rendimiento escolar, la falta de motivación o el aislamiento social se combinan, los expertos recomiendan una conversación abierta para explorar posibles causas emocionales. “Animo a los padres a preguntar”, subraya la Dra. Albers. “Mantengan una conversación constante con sus hijos y estén abiertos a ellos cuando estén listos para hablar”.
Otros indicadores que requieren atención son los problemas de autoestima, el diálogo interno negativo —cuando el adolescente se critica o culpa constantemente— y el consumo de sustancias. Estas conductas pueden agravar el malestar emocional o ser un intento de escape ante la angustia.
Las señales más graves son las conductas autolesivas y las menciones al suicidio. Cualquier referencia directa o indirecta a hacerse daño exige atención médica inmediata. Los pediatras pueden ayudar a elaborar un plan de seguridad y conectar con servicios especializados de salud mental.
En caso de duda, Cleveland Clinic recomienda acudir primero al pediatra o médico de familia, profesionales que conocen el entorno y desarrollo del adolescente. Ellos pueden aplicar evaluaciones específicas y determinar si es necesario derivar al joven a un especialista.
La participación familiar y la detección temprana son factores decisivos para la recuperación. Brindar un entorno de confianza, libre de juicios y con apoyo emocional, facilita que los adolescentes expresen sus preocupaciones. Con la ayuda profesional adecuada, la depresión puede tratarse de manera efectiva, permitiendo que los jóvenes retomen su bienestar y fortalezcan su salud mental.